domingo, 5 de noviembre de 2017

La Conciencia de la Locura - Lista reproducción

Marcos Mosca - La conciencia de la Locura

Marcos Mosca - Corvette





 CORVETTE


Ha llegado a temer al acto de arrojar una pelota al aire… Ese temor se inscribía en la loca idea de poder provocar con ese lanzamiento la ruptura de cuanta nube se cruce en el destino de aquél lúdico elemento, habilitando esa interposición el temporal más inmenso jamás ocurrido, jamás esperado. Rompería de esa manera con la ilusión de la existencia de sentidos que los horizontes celestiales pueden ofrecer. Ya nunca volvería a justificarse esa ilusión, la explosión celestial transformaría en una opaca línea recta aquella serpentina laberíntica, fábrica de decantadores de sorpresas.
En aquel microclima de cristal supo forjar su aura Corvette. En aquel refugio de “humanidad” decoraba su transitar. Como si sin saberlo, y a la vez siendo totalmente lúcido, creaba los paisajes de un paradigma que las garras del poder apropiaron para hacer de él una patología de época.
El lado luminoso de su instinto lo orientaba a mantenerse reservado de las típicas relaciones humanas. Si bien prefería el encierro, es preferible decir, no que se aislaba del mundo, sino que creaba formas que como anticuerpos le permitían relacionarse de otra manera. Podía no estar estando, y a la vez hacerse brisa entre todos los cuerpos que habitan el día. Una solitaria manera de ser entre otros. Se cuidaba de cualquier potencial peligro de su capacidad de sorpresa, su sostén.
Deshojarían las estaciones mares y mundos. Pasos entre idas y vueltas transitarían por los rincones de infinitos experimentos hasta enunciar el tratado de la lógica del alma sin detener su marcha. Días y días... Devolvería cada 31 de enero un nuevo cartel publicitario posando en un cartón organizador de la rutina de las sociedades. Ni el paso del tiempo podía subsanar la huída de no pertenecer sin pertenencia, ni el mediocre manual de trayectorias hacia el éxito penetraba el universo que alimentaba el interés del muchacho. Los mensajes reinantes mirarían a Corvette con mejores ojos si este renunciara a su credo sin dios, pero era una voz impotente, sin miel ni picazones.
Pero la resistencia de aquellos diques comunicativos no expulsaría la pasión del tacto, no evitaría la fluidez que nos devuelve al magma, en cambio, percibiría también la luz que nos hace nacer ante cada momento en el que reina el momento. La resistencia al “tiempo”. En fin, algo del mundo, de los mundos, de nuestro mundo era una parte de su mundo.
Sin embargo, aquella resistencia a la que Corvette acudía y por quién era acudido, una vez se vio forzada a no intrometerse, aquél puente,  alguna vez hubo de verse caído por la tentación de explorar los “encantos” que el despotismo impone en clave de certezas. Aquellas, violentas certezas que circulan, histeria mediante, entre las voces a las cuáles nos referíamos palabras atrás. Las certezas que hicieron de la sorpresa una fábrica de sensaciones. A beber de aquel sol hubo de asomarse. El cuerpo persiguió a la curiosidad. Hubo de establecer prácticas a las que su paciencia no estaba acostumbrada, su sed experimentaba ritmos vertiginosos que lo transportaban a refugios de luces borrosas, a otro concepto del vivir.
Allí Corvette experimentó convivir con las habituales muecas que de manera forzada se asoman como felices figuras en los rostros de los integrados. Fue allí donde el muchacho también pareció interrumpir, desoír, o alejarse de los guiñes y señales con las que mente y cuerpo logran ser una integralidad en el Ser, donde lo trascendental se juega en las sensaciones cotidianas, más allá del placer seco...
 Excitantes y lujuriosos encuentros revisten de ansiedad los momentos por venir del joven ahora “maduro”. De esta manera comenzaba la carrera hacia el constante, efímero, superficial y pobre placer, y a la vez, hacia la lejanía del deseo. Todo ese resplandor parecía colarse en las entrañas más profundas, en aquellas que determinaban las búsquedas y los pasos de Corvette. Parecía emerger de él la sensación de reconocerse en este nuevo paisaje que descubría y reafirmaba en numerosos momentos al elegir.
¿Hasta dónde podía llevarlo el cuerpo? ¿Hasta dónde era cuerpo eso que lo llevaba? ¿Qué tan presente estaba el momento por venir? ¿Cuánto más presente que el momento?
¿Cuánto en su sonrisa era real y cuánto fuga de ansiedad? ¿Cuánto Candell era un cigarro sin pena y cuánto aquella flor sin nombre, destino de su palabra?
¿Cuánto más cuánto, cuándo, dónde, por qué?
Fue una despedida sin enojos, llena de agradecimientos. No habrá rencores ni juicios. Sólo reconoció la decepción de una guía, una más, tal vez la más elegida, o vaya a saber qué…, pero sólo quedó aquello que lo hacía sentir libre, una experiencia.
Ese rastro fue el que se estampó en el maquillaje del alma del joven Corvette, la huella de una experiencia, a la cuál supo decir adiós.
Experimentó la abstinencia de caminos vírgenes, pero no sin raíces. Extrañaba los convites del deseo, la puntual receta de la impuntualidad, el ridículo de sus manos, la caída del día, la piel que abraza, el ritmo de la libertad.
Ese extrañar, solitario, retuvo el desarrollo de la necesidad de la rutina, pudo traspasar el débil creciente tejido.
Adiós. 
Y reconociéndose en la penumbra y su silencio, sentenció en su sombra la calma. 

Marcos Mosca - Candell





Candell
Por dios un Dios urgente que devuelva viento a los mares. Por dios un Dios urgente que nos engañe una vez más, que entretenga la neurosis que intenta desnudar a Candell. Por dios, otro Dios total, sin fisuras ni filtros.
Dios sin rieles, sin metros de rutina que precaricen los sentidos, que justifique la muerte, la vida.
En definitiva, un asilo para Candell, una canción que endulce como lo natural, eso, tan solo un simple espejo que engañe con la presencia de aquella dama detrás del humo.

Uno idealiza mucho los momentos, las situaciones. A veces se deja llevar por recuerdos también construidos con grandes cuotas de imaginación. Es muy hondo de explicar porque dudamos de esforzarnos en aclararlo, o por el contrario, tomar la decisión de no hacerlo, decíamos, de aclarar que algunas palabras que utilizamos para expresar “algo”, en realidad son conceptos que luego de rigurosos análisis hacen de esas palabras uno de los mundos desde donde mirar el mundo, como todo concepto. En este caso, la imaginación, es decir la palabra imaginación, reduce su sentido a intentar expresar la vivencia previa de una situación por vivir.
Aclaración que mucho dice sobre los condicionamientos que como sensaciones, se interponen, en momentos de relacionarnos con un sujeto entre otros, como es la mujer. Sensaciones que podemos describir como el ruido que late como estruendo en las lagunas que invaden hasta el último saludo de nuestro cuerpo, allí, hasta aquellos subsuelos, irrumpiendo cada gajo de nuestra imaginación, se instalan los rincones de cada momento por venir en los que nos dará lugar el encuentro, con una mujer.
Siempre simple, de mirada perdida, sincera. Una laguna azul que destila voces de duelo y amor. Sonrisa que abraza, que se cuela desnuda y expresa con inexistente sinceridad que el mundo es perfecto, queriendo ser sincera. Y entonces un guiñe cómplice alcanza para librarse a la añoranza de esas ficciones que por mucho tiempo no tendrán espacios en este mundo. Pero es que el único camino es entregarse a la experiencia laberíntica. Y aunque con los años más pesen, las secuelas serán desafiadas hasta la eternidad.
Un andar de paso tras paso, retrocediendo en más de una vez, va, preguntando, ampliando el horizonte, latiendo, sufriendo la profundidad de la duda que por momentos hace que los pasos deban avanzar de a medio. Entonces el retroceso ya es fortaleza. Y allí, fortalecida por el dolor, el libre caminar habilita la belleza casi extrema que pueden portar en su ser ciertas piernas, largas.
Un poco así es el cielo imaginado que jamás se propuso en tiempo “real”, que lejos estuvo de ser letra de nuestras experiencias, un poco así es la dama con la que imaginamos imaginar el momento por venir. Un poco así.
Probablemente convierta un atardecer en una continuidad de incendios que se desprendan del jardín que se aloja del otro lado de una capa de su piel. De esas espigas de trigo dulce desde donde emergen vasijas de dudas que el calor las hace cuerpo. Entre tintas de miel, en su brazo se dibujan texturas y sinfonías que tan solo el arte de tatuar sentidos desde las raíces más fieles que construye el amor acompañado de cierta sensibilidad femenina solo pueden lograr.   
El vestido cae, como lluvia tibia a liberar el andar, y recubre cada una de las partes que de no ser por la mirada de los duendes vivirían prófugas de las condenas que las acusan de locura y exhibición. Es que el afuera es tan solo una prolongación de su íntimo jardín, antiguos pero vigentes diseños que por el ensueño de rosar con aquellas pieles restan protagonismo a la peste mercantil.  Una perla que se extiende de las estrellas, pero que a la vez para ser de aquí, merodea por las zonzeras de alguna que otra nube negra.  
¿Donde estará Candell ahora? Seguramente las duras derrotas de pesados relatos la espanten de nuestras tramas vacías…
Solo unos segundos, otros segundos, solo una borrachera más de aquella pensión sin techos, donde si bien el fin sería inevitable, su vientre sería a la vez parte del devenir de lo fugaz de las estrellas, de aquellos ojos de hielos tibios, de crímenes de soledad. Fin que sería el cofre de un continuo comienzo entrelazado entre suaves dedos que como raíces de lo salvaje la existencia depende de ellos.
Salvajismo envuelto en dedos tentados a murmurar impiadosos el aura pasional que recubren sus manos en cada caricia, en cada enérgica fricción. Manos que entre miel e impiedad derrumban párpados incitando a la trasgresora experiencia de ser en el acto el dueño de un libreto no escrito. Una luz de sangre y pan que renuncia al desvelo, que elige el viaje misterioso del levitar. Allí se inscriben aquellas pinceladas que como estruendos de sensualidad carcomen y suprimen la reconciliación de cada sujeto con lo real. Allí, en ese registro inigualable se inscriben los efectos de aquellas caricias, las palabras que entre nota y nota cantan las manos de aquel abrigo que resultaría ser Candell.      
Abrigo a abrigar, a responder ante la denuncia de silencio, de ropas mudas. Es que la delicadeza de su mutar, si bien estrena cada nueva noche la verborragia y lujuriosa desventura, intenta retomar siempre al centro de sus pies, donde todo es simple. 
Pero no todo siempre es simple, no todo siempre es, todo nunca es sin espejos, nunca todo es completamente incompleto sin la devolución de reflejos imantados, abrigo de abrigos.
Corvette en Candell, ella en el, los dos en el infinito de la luz, para apaciguar la ceguera, para derrochar excesos de claridad en pos del caos, del renacer.
Un punto los une, aquel que dialoga con los extranjeros extremos del alma, aquel para quién el estéril examen previo sobra, que solo utiliza el olfato para describir el clima del nuevo día, simplemente. Una reconocible y exacta distancia entre polos que registraron las voces antes de que aparezcan los sonidos. Una luz que se hizo reconocible por su condición de eterna.
Dos seres que cuyas diferencias registran las convencionales miradas, no se explican el regalo de tenerse.
Dos senderos que no registran lejanía a pesar de las distancias. Allí respira aquella unión, entre lo inexplicable y la innecesaria explicación, en el mártir deseo de tenerse, en las arrugas invisibles de las sombras, en el grosor del calibre que dibuja la despedida de la soledad.
Corvette entre Candell despierta todas las mañanas a Corvette con un dulce buenos días en los oídos de Candell.   

Marcos Mosca - Time to Act





Time to Act



La capacidad de impresionar y de conseguir

la distinción es incompatible
con la intención de hacerlo


La locura es no ver la locura como algo malo, es no verla. Muchas veces uno elegiría no estar loco. Freud diría: Sólo es feliz aquél que es boludo o aquel que se hace el boludo. La elección está más limitada de conseguir el no sufrimiento.
La no locura sería poder hacerte el boludo y no elegir esta opción. Mucho tiempo esta opción no perduraría.
La conciencia de la locura obliga a ver más acá. Lo a mano, las raíces, y surgir con la expresión de aquello que alguien llamará “las impresiones de la infancia”. Y demás subversiones del ánimo. Lo malo es el exceso de racionalidad.
Se hizo consciente un aspecto “bueno”. Podría pensarse la locura como la fachada que en otras épocas era lo llamado normal, es decir, anclar en los significantes terrenales, en los más comunes. Ser estando. Y si no que alguien diga qué es transgredir, ¿qué o quién es un transgresor hoy? Tal vez aquél que trata de modificar el medio positivamente desde las herramientas más instintivas y mediante las extensiones más significativas. No es la felicidad a cualquier precio ni mucho menos. Hablamos de construir para hacernos libres.
No temerle al volverse loco, es el fondo que a todos nos habita, lo común que hace que nos tengamos. Es cuestión de no darle tanta importancia. Lo normal es lo vivido como locura. Tampoco es cuestión de naturalizar ni adaptarse a los aires de época. Es entenderlos y descubrirnos en la perversidad que contienen y nos contiene. Y con eso, con el mismo descubrimiento, actuar, como una burla, un manoseo de las partes más frágiles del sufrimiento, sin temerles. Pintar cuadros con los dedos de los pies. Hacer del rasgo dubitativo una oportunidad. La duda como curiosa pasión de lo trascendente. Sentir, proponer (se), andar, pintar el cuadro con los pies. Hablar menos, lo suficiente, el silencio amerita ser muy pocas veces vulnerado por el sonido de palabras. Y nada de desmerecer la fábula, nada. Ella es hermosa, bienvenida. Una de esas expresiones que se nutren de aquellas impresiones de la infancia. La vivencia que muchas veces es tan real con las sensaciones que la imaginación hace carne. Esos tesoros de sueños siempre serán rincones  de revolución.
Pero el engaño no, la verborragia “ombligomundista” solo siembra propinas en los bolsillos de los camareros de tradicionales bares.
Tampoco reprimir el escape de los llamados “vendedores de humo”, a pesar de su conformismo, estos compadres son los únicos damnificados en la búsqueda de una mano, inseguras almas desafiando al espejo  En ellos, tras el molde hipócrita de las palabras solo tiene lugar el pedido de auxilio, en el grito desgarrado del fondo que busca hacerse lugar en el camino de la conciencia de la locura.
Ya es tiempo de hacer explotar desde los suburbios las grietas del caparazón, de teñir de potencia la obsesión, de encontrar el puente en la extensión de un grito, ES TIEMPO DE ACTUAR…
Que la razón nos enseñe a ser un poco más irracionales.

Marcos Mosca - 107





107


Sol radiante, pero tibio, dulce, abrigador, abrazador, lejos de recalentar los cuerpos, la paciencia, lejos de ser una amenaza para las yagas del odio, esas que enfurecen al sentirse próximas a una nueva visita al espejo del gris cemento, al gris cemento. Por el contrario, todo parece indicar que la fábula del equilibrio esta vez brotará entre los vivientes y hasta nuevo aviso suavizará la existencia. De esa dimensión cualitativa se nutre ese sol, esa, el equilibrio, la misma que desde miradas ancestrales alimentaría su ego cada vez que la escena en descripción se repita.
Sol, un elemento, si, el fundamental, el alma del pincel, el arma de cuarteles que se repliegan de a momentos, por épocas, durante ocasiones, a sonreír sonrisas serias, a destruir los puentes rotos de la destrucción, si, sol, pero no sol – o. Solo no, porque la extaciante sensación de reverdecer no solo es el fruto de la luz y el calor. Las colinas, como toda alma potenciadora de existencia que quiere ser flor, nacieron del yugo líquido que colmó las ansias de alimento que brotaban aniquilando la resistencia de los músculos nacientes, las aguas. Estas, como néctar subsidian los colores que le roban al sol la tinta que desnuda la pasión de sus borracheras.
Es decir, la lluvia, otro paisaje. Donde bailan las algas del cuerpo revoloteando para protegerse de las rabias de un nuevo nacimiento. El ido mareo, afectado por el perfume de la tierra húmeda, se instala, y levita suspendido en una suerte de muerte social que no se permite ser por la lógica de supervivencia que reclama el constante flujo de la explotación. La lluvia y la paz, el “cuelgue”, el nido de la paciencia, la excusa del resguardo, el motivo de la loca exposición, la bendita lluvia, la malvada humedad. 
Momentos estos, en los que la ilusión solo se alimenta de la muerte de sentir que la ternura se universalizaría a través de una línea directa que sobrevuele la atmósfera del sol apenas relatado, o, en los que el paraíso se viste de melancólica pero vital travesía por la cornisa del pensamiento y la imaginación que de manera generosa y en lenguaje teatral nos regala la lluvia que inspira nuestro escrito.  De manera exagerada, nada hace suponer que por ejemplo la muerte puede llegar en momentos de tanta vida. Nada, salvo la cal.
A veces las superficies, los suelos, las cales que se entregan a ser el anclaje de las causas, motivos, sentidos, consecuencias de la existencia en un determinado momento movilizan “estanterías” sin dejar jamás estallar la copa, pero si permiten partir en mil pedazos el vuelo hacia el “estar”. Estar, estar, ser en el momento, en lo profundo de la garganta de la experiencia, en el acto, palpar la sien del acontecer, regalar agradecimientos por el aire, rigurosamente, habitar.
Nada de eso se nos representa, ni posibilita ser representado mientras el anclaje lo limite el duro colchón gris.
¿Cómo sobrevivir en el diálogo, en la conversación, en el intercambio con la alteridad, con el otro, con lo otro, con el hábitat que permite ese sereno reino de los sentidos que nos posibilita encontrarnos con nuevas opciones de elección? ¿Cómo regalarse al momento sin desear el siguiente, que será relegado por el acto de intentar anticiparse al que vendrá?
En una oportunidad alguien con adecuada preparación para leer ciertos hechos de la realidad desde análisis profundos y abstractos propuso un ejercicio tan simple que tal vez rozaba lo idiota. La consigna era como emprender un viaje. Primer paso, anclar en el armado del equipaje; segundo, perseguir corporal y anímicamente cada uno de los sucesos que tenían lugar en el traslado hacia el medio de transporte que nos depositaría en nuestro viaje; y así sucesivamente hasta hacer de nuestra psiquis el andamiaje de un crisol de situaciones que nos colocarían con cierta constancia en eso que algunos denominan el “presente”.
Cómo si fuera una fórmula, una receta, la propuesta (exigencia mediante de tener que ser aceptada) es viví el presente. Y… ¿Qué es el presente? ¿Y vivir? A veces la consigna se asemeja hacia mis adentro con aquella que propone dejar el pensamiento de lado. Evidentemente algo que no hemos encontrado lo seguimos buscando, o probablemente aquello que creímos haber encontrado haya exiliado su importancia. Si a los que nos tocaba heredar aquello que había sido encontrado aquella vez y hoy es un impotente recuerdo, encallamos nuestro florecer en pantanos de incertidumbres, ¿ante quién realizar la rebelión? ¿Y los que están viniendo? ¿Qué les será, que les es ofrecido? En definitiva, ¿Cuáles son las cosas que hoy tienen sentido en nuestras vidas? ¿Cuáles ya no? ¿Cómo se es autentico cuando el vacío como expresión más realista del alma se estampa con las exigencias de no separar de las mejilla ni un solo gesto de felicidad aunque haya sido dibujado desde el color del dolor?   
Y es que son, somos, más de varios en la intemperie del placer, buscando con la mirada en el cielo y la fe en el ombligo la sorpresa que no llega. ¿Será la época la que invoca la lejanía del cuerpo, la fuga del fuego? Más de varias son las piernas que hablan, que mediante un incansable movimiento, un constate aleteo, una vibración de las superficies, se transforman en el lenguaje de nuestra ansiedad. Más de varios son los cuerpos que recurren a ingerir en busca del paraíso auspiciado, del reino recordado, de la sensación madre, del viaje melancólico, del éxtasis vivido. Ingerir, ingesta. No se sabe si por temor o simple sutileza, escogimos un atajo llamando ingerir a lo que, recurriendo a la honestidad intelectual y la coherencia contextual, es decir coherentes con el mundo que algunos eligieron que otros vivamos, deberíamos llamar consumo.
El viaje de nunca acabar, el placer sin deseo, la sal sin la pizca. En parte aquí se refugia el todo, en el consumo, en la entretenida suspensión de lo fraterno. El goce intrascendente de entregarse a la curiosa obsesión de creer ser mirado todo el tiempo como si la vida transcurriera en pasarelas individuales.
Desde el aire hasta el último lápiz labial, también el primero; desde la “posta” visera hasta la “premier” llanta, desde el irremedio calma ansiedades ingerido como i – irremedio (i x i= remedio. Es decir, el no remedio del no remedio) de la paz y el amor (legalícenla, basta de criminalizar curiosos) pasando por los potenciadores de la megalomanía y la impotencia, los acartonados sublinguales y demás potenciales caza sistema hasta el objeto – sujeto de amor, objeto – objeto de consumo. Toda una lógica empujando ser desde el tener y no desde el estar. Necesitar hasta no dejar nunca de necesitar hasta necesitar necesidades consumibles, aplacar la fiera disruptiva de producir vida.
Nada más alejado de las poesías del silencio, del manto de energía y miel, del auge de la libertad, de las marcas que renacen de la sonrisa del viento que brilla entre el sol y la lluvia, que el consumo. Tampoco sabemos de los atajos hasta las riendas que devuelvan el color de los sueños, pero creemos que acertamos, donde no queremos ir. 
Los cinco elementos: Sol, lluvia, cal, ansiedad, consumo, sol, lluvia, cal, ansiedad, consumo…
Y aquí nuevamente al comienzo. La vida enriquecida por el caos no es habitada más que por pequeñas ovejitas arreadas sin mayores esfuerzos. La cal, ese fenómeno que abriga la urbe tala los reflejos de la sangre del amor y anula la conexión con el ejército de raíces naturales y culturales que se especializan en oficiar de cable conector del “acontecer”.
Sin la saliva del sin sentido como profunda humanidad envestida de amor a la sal y la noche, el sol y la lluvia no son más que expresiones climáticas, paisajes entre los que caminará la cotidianeidad, consumiendo o vendiéndonos para comprar posteriormente la humanidad vendida de otros.
Toda una sensibilidad exigida a ser sensibles nos devuelve al primer comienzo de este atrevido camino, nos devuelve allí, a sumar un testimonio a la pregunta por la liberación mediante el pensar (nuestro primer escrito giró en torno a la pregunta sobre la posibilidad de la “liberación” mediante el pensamiento). Ni si quiera nos animamos a denominar pensamiento al acto obsesivo que intentaron describir nuestras líneas. Desde este pensar que poco tiene de movimiento liberador solo alcanzamos evasión, “fuga”, irresponsabilidad disciplinada, un esquemático callejón que agota hasta los registros físicos de nuestro ser, que se empecina en melancólicas carreras en alcanzar lo que aconsejan “dejar atrás”. Este pensar que no se inmiscuye en las arenas de la experiencia ni la recicla en las profundidades como abono de lo que damos, no liberará la canción dormida... 
Gran avance, algo nos lleva a pensar por donde no.
Igualmente no se conoce y nunca se conocerá el cómo, cómo extirpar la ansiedad y el vacío. Respirar será tarea de cada uno (una primera socialización de un mecanismo vital, respirar)…
Cada quién sabrá como cuidar sus raíces y hacer de la ansiosa espera de las llegadas de un bondi un viaje por los rincones más reprimidos de la imaginación inspirados por la lluvia, o un dejarse arrastrar al relajo subversivo de la mezquina calma dibujados por cada rayo de sol.
Sabemos que eso que esperamos en algún momento va a llegar, pero mientras más lo busquemos más lo esperaremos, más “la arena será agua en las manos”. 

Marcos Mosca - Barco





Barco
¿Puede hacerte
libre el pensamiento? No se lo que es la libertad, tal vez nunca pensé, pero si
pensaría y el pensamiento sería la causa de alcanzar la sensación a la que
luego llamara libertad (vaya a saber uno como lo determinaría) estaríamos
hablando de que el pensamiento puede hacerte libre.
Si el nombre que envuelve una sensación, es libertad; suponiendo que las
sensaciones son distintas en los seres humanos, que lo que a uno hace sentirse
libre, como ser: el moldear una artesanía con los ojos, describir un paisaje
con las manos, jugar al fútbol con los pies; podríamos decir que son hechos que
no se ajustan, a una así llamada universalidad, hechos entre los que podríamos
incluir el pensamiento. A primera vista podríamos decir que a algunas personas
el pensamiento las ha hecho libres, a otras no. (Podemos incluir las
autorepresentaciones existentes sobre la libertad como un elemento más entre
otros desde donde pensar la “libertad”).
Pero si intentamos explorar mas recorridos para nuestras reflexiones,
por otra parte podemos pensar que las sensaciones llamadas “libertad” serían
construidas por cada sujeto. ¿Cómo hacemos para medir que todos los seres
humanos llamamos a la misma sensación, libertad? Más allá de la imposibilidad
que implica el hecho de compararlas para encontrar entre ellas composiciones
idénticas, las sensaciones que habitan en las personas pueden ser exactamente
iguales, eso nunca lo sabremos. Lo que no quita la posibilidad de que podamos
descubrir algunas de las similitudes que existen en ellas.
De modo que esta preocupación, a esta altura seguramente banal y
superada por síntesis de obsesiones que han dado en lugares comunes menos
comunes a la vista de cualquier mortal, podría expandirse por innumerables
caminos, todos distintos. De modo que el elegido tendrá a nuestro entender, las
mayores potencialidades para pronunciar aquello que en definitiva nos impide
algo del habitar lazos. Del construir el tránsito hacia la conciencia de la
locura
[1].
Sintetizando, podríamos expresar que
hasta el momento, la intención de comenzar el recorrido es un hecho.

 
                    
                     
                  




[1]Sabemos
que el término locura ha sido y es puesto en discusión por muchas mentes que le
temieron y le temen. Algunas más curiosas se animaron a decirnos a todos de que
se trataba y muchos hoy hablan desde las voces de esos “curiosos” que la
piensan apasionadamente entre libros, los llamados por todos: psicólogos,
filósofos, psiquiatras, sanos, locos, de todo tipo.


Lo que respecta a la utilización de
dicha palabra en este escrito, se relaciona con como se elije nombrar los
restos de piel de la experiencia que vulneran la existencia