domingo, 5 de noviembre de 2017

Marcos Mosca - 107





107


Sol radiante, pero tibio, dulce, abrigador, abrazador, lejos de recalentar los cuerpos, la paciencia, lejos de ser una amenaza para las yagas del odio, esas que enfurecen al sentirse próximas a una nueva visita al espejo del gris cemento, al gris cemento. Por el contrario, todo parece indicar que la fábula del equilibrio esta vez brotará entre los vivientes y hasta nuevo aviso suavizará la existencia. De esa dimensión cualitativa se nutre ese sol, esa, el equilibrio, la misma que desde miradas ancestrales alimentaría su ego cada vez que la escena en descripción se repita.
Sol, un elemento, si, el fundamental, el alma del pincel, el arma de cuarteles que se repliegan de a momentos, por épocas, durante ocasiones, a sonreír sonrisas serias, a destruir los puentes rotos de la destrucción, si, sol, pero no sol – o. Solo no, porque la extaciante sensación de reverdecer no solo es el fruto de la luz y el calor. Las colinas, como toda alma potenciadora de existencia que quiere ser flor, nacieron del yugo líquido que colmó las ansias de alimento que brotaban aniquilando la resistencia de los músculos nacientes, las aguas. Estas, como néctar subsidian los colores que le roban al sol la tinta que desnuda la pasión de sus borracheras.
Es decir, la lluvia, otro paisaje. Donde bailan las algas del cuerpo revoloteando para protegerse de las rabias de un nuevo nacimiento. El ido mareo, afectado por el perfume de la tierra húmeda, se instala, y levita suspendido en una suerte de muerte social que no se permite ser por la lógica de supervivencia que reclama el constante flujo de la explotación. La lluvia y la paz, el “cuelgue”, el nido de la paciencia, la excusa del resguardo, el motivo de la loca exposición, la bendita lluvia, la malvada humedad. 
Momentos estos, en los que la ilusión solo se alimenta de la muerte de sentir que la ternura se universalizaría a través de una línea directa que sobrevuele la atmósfera del sol apenas relatado, o, en los que el paraíso se viste de melancólica pero vital travesía por la cornisa del pensamiento y la imaginación que de manera generosa y en lenguaje teatral nos regala la lluvia que inspira nuestro escrito.  De manera exagerada, nada hace suponer que por ejemplo la muerte puede llegar en momentos de tanta vida. Nada, salvo la cal.
A veces las superficies, los suelos, las cales que se entregan a ser el anclaje de las causas, motivos, sentidos, consecuencias de la existencia en un determinado momento movilizan “estanterías” sin dejar jamás estallar la copa, pero si permiten partir en mil pedazos el vuelo hacia el “estar”. Estar, estar, ser en el momento, en lo profundo de la garganta de la experiencia, en el acto, palpar la sien del acontecer, regalar agradecimientos por el aire, rigurosamente, habitar.
Nada de eso se nos representa, ni posibilita ser representado mientras el anclaje lo limite el duro colchón gris.
¿Cómo sobrevivir en el diálogo, en la conversación, en el intercambio con la alteridad, con el otro, con lo otro, con el hábitat que permite ese sereno reino de los sentidos que nos posibilita encontrarnos con nuevas opciones de elección? ¿Cómo regalarse al momento sin desear el siguiente, que será relegado por el acto de intentar anticiparse al que vendrá?
En una oportunidad alguien con adecuada preparación para leer ciertos hechos de la realidad desde análisis profundos y abstractos propuso un ejercicio tan simple que tal vez rozaba lo idiota. La consigna era como emprender un viaje. Primer paso, anclar en el armado del equipaje; segundo, perseguir corporal y anímicamente cada uno de los sucesos que tenían lugar en el traslado hacia el medio de transporte que nos depositaría en nuestro viaje; y así sucesivamente hasta hacer de nuestra psiquis el andamiaje de un crisol de situaciones que nos colocarían con cierta constancia en eso que algunos denominan el “presente”.
Cómo si fuera una fórmula, una receta, la propuesta (exigencia mediante de tener que ser aceptada) es viví el presente. Y… ¿Qué es el presente? ¿Y vivir? A veces la consigna se asemeja hacia mis adentro con aquella que propone dejar el pensamiento de lado. Evidentemente algo que no hemos encontrado lo seguimos buscando, o probablemente aquello que creímos haber encontrado haya exiliado su importancia. Si a los que nos tocaba heredar aquello que había sido encontrado aquella vez y hoy es un impotente recuerdo, encallamos nuestro florecer en pantanos de incertidumbres, ¿ante quién realizar la rebelión? ¿Y los que están viniendo? ¿Qué les será, que les es ofrecido? En definitiva, ¿Cuáles son las cosas que hoy tienen sentido en nuestras vidas? ¿Cuáles ya no? ¿Cómo se es autentico cuando el vacío como expresión más realista del alma se estampa con las exigencias de no separar de las mejilla ni un solo gesto de felicidad aunque haya sido dibujado desde el color del dolor?   
Y es que son, somos, más de varios en la intemperie del placer, buscando con la mirada en el cielo y la fe en el ombligo la sorpresa que no llega. ¿Será la época la que invoca la lejanía del cuerpo, la fuga del fuego? Más de varias son las piernas que hablan, que mediante un incansable movimiento, un constate aleteo, una vibración de las superficies, se transforman en el lenguaje de nuestra ansiedad. Más de varios son los cuerpos que recurren a ingerir en busca del paraíso auspiciado, del reino recordado, de la sensación madre, del viaje melancólico, del éxtasis vivido. Ingerir, ingesta. No se sabe si por temor o simple sutileza, escogimos un atajo llamando ingerir a lo que, recurriendo a la honestidad intelectual y la coherencia contextual, es decir coherentes con el mundo que algunos eligieron que otros vivamos, deberíamos llamar consumo.
El viaje de nunca acabar, el placer sin deseo, la sal sin la pizca. En parte aquí se refugia el todo, en el consumo, en la entretenida suspensión de lo fraterno. El goce intrascendente de entregarse a la curiosa obsesión de creer ser mirado todo el tiempo como si la vida transcurriera en pasarelas individuales.
Desde el aire hasta el último lápiz labial, también el primero; desde la “posta” visera hasta la “premier” llanta, desde el irremedio calma ansiedades ingerido como i – irremedio (i x i= remedio. Es decir, el no remedio del no remedio) de la paz y el amor (legalícenla, basta de criminalizar curiosos) pasando por los potenciadores de la megalomanía y la impotencia, los acartonados sublinguales y demás potenciales caza sistema hasta el objeto – sujeto de amor, objeto – objeto de consumo. Toda una lógica empujando ser desde el tener y no desde el estar. Necesitar hasta no dejar nunca de necesitar hasta necesitar necesidades consumibles, aplacar la fiera disruptiva de producir vida.
Nada más alejado de las poesías del silencio, del manto de energía y miel, del auge de la libertad, de las marcas que renacen de la sonrisa del viento que brilla entre el sol y la lluvia, que el consumo. Tampoco sabemos de los atajos hasta las riendas que devuelvan el color de los sueños, pero creemos que acertamos, donde no queremos ir. 
Los cinco elementos: Sol, lluvia, cal, ansiedad, consumo, sol, lluvia, cal, ansiedad, consumo…
Y aquí nuevamente al comienzo. La vida enriquecida por el caos no es habitada más que por pequeñas ovejitas arreadas sin mayores esfuerzos. La cal, ese fenómeno que abriga la urbe tala los reflejos de la sangre del amor y anula la conexión con el ejército de raíces naturales y culturales que se especializan en oficiar de cable conector del “acontecer”.
Sin la saliva del sin sentido como profunda humanidad envestida de amor a la sal y la noche, el sol y la lluvia no son más que expresiones climáticas, paisajes entre los que caminará la cotidianeidad, consumiendo o vendiéndonos para comprar posteriormente la humanidad vendida de otros.
Toda una sensibilidad exigida a ser sensibles nos devuelve al primer comienzo de este atrevido camino, nos devuelve allí, a sumar un testimonio a la pregunta por la liberación mediante el pensar (nuestro primer escrito giró en torno a la pregunta sobre la posibilidad de la “liberación” mediante el pensamiento). Ni si quiera nos animamos a denominar pensamiento al acto obsesivo que intentaron describir nuestras líneas. Desde este pensar que poco tiene de movimiento liberador solo alcanzamos evasión, “fuga”, irresponsabilidad disciplinada, un esquemático callejón que agota hasta los registros físicos de nuestro ser, que se empecina en melancólicas carreras en alcanzar lo que aconsejan “dejar atrás”. Este pensar que no se inmiscuye en las arenas de la experiencia ni la recicla en las profundidades como abono de lo que damos, no liberará la canción dormida... 
Gran avance, algo nos lleva a pensar por donde no.
Igualmente no se conoce y nunca se conocerá el cómo, cómo extirpar la ansiedad y el vacío. Respirar será tarea de cada uno (una primera socialización de un mecanismo vital, respirar)…
Cada quién sabrá como cuidar sus raíces y hacer de la ansiosa espera de las llegadas de un bondi un viaje por los rincones más reprimidos de la imaginación inspirados por la lluvia, o un dejarse arrastrar al relajo subversivo de la mezquina calma dibujados por cada rayo de sol.
Sabemos que eso que esperamos en algún momento va a llegar, pero mientras más lo busquemos más lo esperaremos, más “la arena será agua en las manos”. 

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