domingo, 5 de noviembre de 2017

Marcos Mosca - Corvette





 CORVETTE


Ha llegado a temer al acto de arrojar una pelota al aire… Ese temor se inscribía en la loca idea de poder provocar con ese lanzamiento la ruptura de cuanta nube se cruce en el destino de aquél lúdico elemento, habilitando esa interposición el temporal más inmenso jamás ocurrido, jamás esperado. Rompería de esa manera con la ilusión de la existencia de sentidos que los horizontes celestiales pueden ofrecer. Ya nunca volvería a justificarse esa ilusión, la explosión celestial transformaría en una opaca línea recta aquella serpentina laberíntica, fábrica de decantadores de sorpresas.
En aquel microclima de cristal supo forjar su aura Corvette. En aquel refugio de “humanidad” decoraba su transitar. Como si sin saberlo, y a la vez siendo totalmente lúcido, creaba los paisajes de un paradigma que las garras del poder apropiaron para hacer de él una patología de época.
El lado luminoso de su instinto lo orientaba a mantenerse reservado de las típicas relaciones humanas. Si bien prefería el encierro, es preferible decir, no que se aislaba del mundo, sino que creaba formas que como anticuerpos le permitían relacionarse de otra manera. Podía no estar estando, y a la vez hacerse brisa entre todos los cuerpos que habitan el día. Una solitaria manera de ser entre otros. Se cuidaba de cualquier potencial peligro de su capacidad de sorpresa, su sostén.
Deshojarían las estaciones mares y mundos. Pasos entre idas y vueltas transitarían por los rincones de infinitos experimentos hasta enunciar el tratado de la lógica del alma sin detener su marcha. Días y días... Devolvería cada 31 de enero un nuevo cartel publicitario posando en un cartón organizador de la rutina de las sociedades. Ni el paso del tiempo podía subsanar la huída de no pertenecer sin pertenencia, ni el mediocre manual de trayectorias hacia el éxito penetraba el universo que alimentaba el interés del muchacho. Los mensajes reinantes mirarían a Corvette con mejores ojos si este renunciara a su credo sin dios, pero era una voz impotente, sin miel ni picazones.
Pero la resistencia de aquellos diques comunicativos no expulsaría la pasión del tacto, no evitaría la fluidez que nos devuelve al magma, en cambio, percibiría también la luz que nos hace nacer ante cada momento en el que reina el momento. La resistencia al “tiempo”. En fin, algo del mundo, de los mundos, de nuestro mundo era una parte de su mundo.
Sin embargo, aquella resistencia a la que Corvette acudía y por quién era acudido, una vez se vio forzada a no intrometerse, aquél puente,  alguna vez hubo de verse caído por la tentación de explorar los “encantos” que el despotismo impone en clave de certezas. Aquellas, violentas certezas que circulan, histeria mediante, entre las voces a las cuáles nos referíamos palabras atrás. Las certezas que hicieron de la sorpresa una fábrica de sensaciones. A beber de aquel sol hubo de asomarse. El cuerpo persiguió a la curiosidad. Hubo de establecer prácticas a las que su paciencia no estaba acostumbrada, su sed experimentaba ritmos vertiginosos que lo transportaban a refugios de luces borrosas, a otro concepto del vivir.
Allí Corvette experimentó convivir con las habituales muecas que de manera forzada se asoman como felices figuras en los rostros de los integrados. Fue allí donde el muchacho también pareció interrumpir, desoír, o alejarse de los guiñes y señales con las que mente y cuerpo logran ser una integralidad en el Ser, donde lo trascendental se juega en las sensaciones cotidianas, más allá del placer seco...
 Excitantes y lujuriosos encuentros revisten de ansiedad los momentos por venir del joven ahora “maduro”. De esta manera comenzaba la carrera hacia el constante, efímero, superficial y pobre placer, y a la vez, hacia la lejanía del deseo. Todo ese resplandor parecía colarse en las entrañas más profundas, en aquellas que determinaban las búsquedas y los pasos de Corvette. Parecía emerger de él la sensación de reconocerse en este nuevo paisaje que descubría y reafirmaba en numerosos momentos al elegir.
¿Hasta dónde podía llevarlo el cuerpo? ¿Hasta dónde era cuerpo eso que lo llevaba? ¿Qué tan presente estaba el momento por venir? ¿Cuánto más presente que el momento?
¿Cuánto en su sonrisa era real y cuánto fuga de ansiedad? ¿Cuánto Candell era un cigarro sin pena y cuánto aquella flor sin nombre, destino de su palabra?
¿Cuánto más cuánto, cuándo, dónde, por qué?
Fue una despedida sin enojos, llena de agradecimientos. No habrá rencores ni juicios. Sólo reconoció la decepción de una guía, una más, tal vez la más elegida, o vaya a saber qué…, pero sólo quedó aquello que lo hacía sentir libre, una experiencia.
Ese rastro fue el que se estampó en el maquillaje del alma del joven Corvette, la huella de una experiencia, a la cuál supo decir adiós.
Experimentó la abstinencia de caminos vírgenes, pero no sin raíces. Extrañaba los convites del deseo, la puntual receta de la impuntualidad, el ridículo de sus manos, la caída del día, la piel que abraza, el ritmo de la libertad.
Ese extrañar, solitario, retuvo el desarrollo de la necesidad de la rutina, pudo traspasar el débil creciente tejido.
Adiós. 
Y reconociéndose en la penumbra y su silencio, sentenció en su sombra la calma. 

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