domingo, 5 de noviembre de 2017

Marcos Mosca - Candell





Candell
Por dios un Dios urgente que devuelva viento a los mares. Por dios un Dios urgente que nos engañe una vez más, que entretenga la neurosis que intenta desnudar a Candell. Por dios, otro Dios total, sin fisuras ni filtros.
Dios sin rieles, sin metros de rutina que precaricen los sentidos, que justifique la muerte, la vida.
En definitiva, un asilo para Candell, una canción que endulce como lo natural, eso, tan solo un simple espejo que engañe con la presencia de aquella dama detrás del humo.

Uno idealiza mucho los momentos, las situaciones. A veces se deja llevar por recuerdos también construidos con grandes cuotas de imaginación. Es muy hondo de explicar porque dudamos de esforzarnos en aclararlo, o por el contrario, tomar la decisión de no hacerlo, decíamos, de aclarar que algunas palabras que utilizamos para expresar “algo”, en realidad son conceptos que luego de rigurosos análisis hacen de esas palabras uno de los mundos desde donde mirar el mundo, como todo concepto. En este caso, la imaginación, es decir la palabra imaginación, reduce su sentido a intentar expresar la vivencia previa de una situación por vivir.
Aclaración que mucho dice sobre los condicionamientos que como sensaciones, se interponen, en momentos de relacionarnos con un sujeto entre otros, como es la mujer. Sensaciones que podemos describir como el ruido que late como estruendo en las lagunas que invaden hasta el último saludo de nuestro cuerpo, allí, hasta aquellos subsuelos, irrumpiendo cada gajo de nuestra imaginación, se instalan los rincones de cada momento por venir en los que nos dará lugar el encuentro, con una mujer.
Siempre simple, de mirada perdida, sincera. Una laguna azul que destila voces de duelo y amor. Sonrisa que abraza, que se cuela desnuda y expresa con inexistente sinceridad que el mundo es perfecto, queriendo ser sincera. Y entonces un guiñe cómplice alcanza para librarse a la añoranza de esas ficciones que por mucho tiempo no tendrán espacios en este mundo. Pero es que el único camino es entregarse a la experiencia laberíntica. Y aunque con los años más pesen, las secuelas serán desafiadas hasta la eternidad.
Un andar de paso tras paso, retrocediendo en más de una vez, va, preguntando, ampliando el horizonte, latiendo, sufriendo la profundidad de la duda que por momentos hace que los pasos deban avanzar de a medio. Entonces el retroceso ya es fortaleza. Y allí, fortalecida por el dolor, el libre caminar habilita la belleza casi extrema que pueden portar en su ser ciertas piernas, largas.
Un poco así es el cielo imaginado que jamás se propuso en tiempo “real”, que lejos estuvo de ser letra de nuestras experiencias, un poco así es la dama con la que imaginamos imaginar el momento por venir. Un poco así.
Probablemente convierta un atardecer en una continuidad de incendios que se desprendan del jardín que se aloja del otro lado de una capa de su piel. De esas espigas de trigo dulce desde donde emergen vasijas de dudas que el calor las hace cuerpo. Entre tintas de miel, en su brazo se dibujan texturas y sinfonías que tan solo el arte de tatuar sentidos desde las raíces más fieles que construye el amor acompañado de cierta sensibilidad femenina solo pueden lograr.   
El vestido cae, como lluvia tibia a liberar el andar, y recubre cada una de las partes que de no ser por la mirada de los duendes vivirían prófugas de las condenas que las acusan de locura y exhibición. Es que el afuera es tan solo una prolongación de su íntimo jardín, antiguos pero vigentes diseños que por el ensueño de rosar con aquellas pieles restan protagonismo a la peste mercantil.  Una perla que se extiende de las estrellas, pero que a la vez para ser de aquí, merodea por las zonzeras de alguna que otra nube negra.  
¿Donde estará Candell ahora? Seguramente las duras derrotas de pesados relatos la espanten de nuestras tramas vacías…
Solo unos segundos, otros segundos, solo una borrachera más de aquella pensión sin techos, donde si bien el fin sería inevitable, su vientre sería a la vez parte del devenir de lo fugaz de las estrellas, de aquellos ojos de hielos tibios, de crímenes de soledad. Fin que sería el cofre de un continuo comienzo entrelazado entre suaves dedos que como raíces de lo salvaje la existencia depende de ellos.
Salvajismo envuelto en dedos tentados a murmurar impiadosos el aura pasional que recubren sus manos en cada caricia, en cada enérgica fricción. Manos que entre miel e impiedad derrumban párpados incitando a la trasgresora experiencia de ser en el acto el dueño de un libreto no escrito. Una luz de sangre y pan que renuncia al desvelo, que elige el viaje misterioso del levitar. Allí se inscriben aquellas pinceladas que como estruendos de sensualidad carcomen y suprimen la reconciliación de cada sujeto con lo real. Allí, en ese registro inigualable se inscriben los efectos de aquellas caricias, las palabras que entre nota y nota cantan las manos de aquel abrigo que resultaría ser Candell.      
Abrigo a abrigar, a responder ante la denuncia de silencio, de ropas mudas. Es que la delicadeza de su mutar, si bien estrena cada nueva noche la verborragia y lujuriosa desventura, intenta retomar siempre al centro de sus pies, donde todo es simple. 
Pero no todo siempre es simple, no todo siempre es, todo nunca es sin espejos, nunca todo es completamente incompleto sin la devolución de reflejos imantados, abrigo de abrigos.
Corvette en Candell, ella en el, los dos en el infinito de la luz, para apaciguar la ceguera, para derrochar excesos de claridad en pos del caos, del renacer.
Un punto los une, aquel que dialoga con los extranjeros extremos del alma, aquel para quién el estéril examen previo sobra, que solo utiliza el olfato para describir el clima del nuevo día, simplemente. Una reconocible y exacta distancia entre polos que registraron las voces antes de que aparezcan los sonidos. Una luz que se hizo reconocible por su condición de eterna.
Dos seres que cuyas diferencias registran las convencionales miradas, no se explican el regalo de tenerse.
Dos senderos que no registran lejanía a pesar de las distancias. Allí respira aquella unión, entre lo inexplicable y la innecesaria explicación, en el mártir deseo de tenerse, en las arrugas invisibles de las sombras, en el grosor del calibre que dibuja la despedida de la soledad.
Corvette entre Candell despierta todas las mañanas a Corvette con un dulce buenos días en los oídos de Candell.   

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